El día después de la pandemia

Hoy por la mañana, en sólo 222 caracteres el director general de la OMS hizo un anuncio largamente esperado por tres años: se acabó la pandemia.

«Ayer, el Comité de Emergencia #COVID19 se reunió por decimoquinta vez y me recomendó declarar el fin de la emergencia de salud pública de interés internacional. He aceptado ese consejo. Con gran esperanza, declaro que el COVID-19 ha terminado como una emergencia sanitaria mundial» tuiteó en inglés el Dr. Tedros Adhanom Ghebreyesus.

El impacto que dejan los años de la pandemia para personas adultas y de menor edad es aún del todo inconmensurable. Que se hayan destruido 2 millones de empleos en Chile, que haya habido un amplio retroceso en los aprendizajes escolares, que haya aumentado la pobreza, que las mujeres hayan retrocedido en sus derechos, que hayamos restringido nuestros contactos sociales, entre muchos otros factores, dejan una huella social y cultural que perdurará por largo tiempo.

También hubo, por cierto, aprendizajes, por una mezcla de resiliencia e instinto de supervivencia. Aprendimos a trabajar y a estudiar en línea, surgieron o se ampliaron nuevos emprendimientos y métodos formativos, se activaron múltiples y diversas redes solidarias a todo nivel, revalorizamos -paradojalmente por su falta e imposibilidad forzada- la importancia del dialogo presencial, de la presencia de las y los otros.

Pero el impacto es profundo. A los primeros años de desaliento laboral (personas que perdieron sus empleos y dejaron de buscarlos por el cierre masivo de actividades productivas, pasando a ser inactivas) le han seguido los de la reactivación y retorno, más lento y con más dificultades de lo pensado. Muchas personas inactivas vuelven a buscar trabajo, pero pasan a ser desocupadas. Lo mismo en el área de la educación. Los años de estudiar y aprender en soledad, desde las casas, conectados con las y los demás sólo por pantallas y teclados, han dado lugar a un retorno a la presencialidad cargado de desafíos socioemocionales y cognitivos. Asegurar una revinculación educativa integral y efectiva es la principal tarea del momento.

Releo algo que escribí el 2 de mayo del 2020 y sigo pensando lo mismo.

«El coronavirus pasará o aprenderemos a convivir con el (ojalá con el mínimo de pérdidas de vidas humanas). Pero al día siguiente estaremos en un nuevo mundo, enfrentando la continuidad de los mismos desafíos estructurales.

Una de las enseñanzas que deja la novela “La peste” de Albert Camus es que las peores epidemias no son biológicas, sino morales. En las situaciones de crisis, sale a luz lo peor, pero también lo mejor de la sociedad. Por una parte, insolidaridad, egoísmo, inmadurez, irracionalidad. Pero por la otra, el ejemplo ético de cientas y miles de personas anónimas que sacrifican su bienestar para cuidar a los demás.

Que lo urgente no nos haga olvidar lo importante».

¿Qué es lo importante?

Reconocer y valorar el trabajo y la educación en todas las edades como actividades y pilares fundamentales de la sociedad. Que sean espacio de aprendizaje y desarrollo de competencias, innovación y creatividad, diálogo social equilibrado, sostenibilidad ambiental y comunitarias, fuente de ingresos dignos y calidad de vida, salud y seguridad.

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